El pasado domingo, Macarena Olona, aparecía en las pantallas de televisión para sorprender a muchos y a muchas, para indignar a otros y a otras, y para poner de relieve que una mujer que obtiene su licenciatura en Derecho con premio extraordinario, que ingresa brillantemente en el Cuerpo de Abogados del Estado y que más tarde es nombrada abogada jefe del Estado en el País Vasco, es una mujer a la que hay que tomarse en serio. Y el entrevistador, en este caso Jordi Evole, se la tomó muy en serio, haciéndole las preguntas oportunas para que ella dijera cosas como «Ahora puedo tomar mis propias decisiones”, refiriéndose a como se relaciona ahora con determinados medios de comunicación y que antes no podía hacer.
Reconocer esto, es reconocer que en las filas de Vox no se puede ser libre (alguien pensara que en ningún partido los afiliados son libres de manifestarse en contra del mismo), y desde luego, ella no lo fue. Una falta de libertad que, al parecer, incluso afecta al líder de esa formación, Santiago Abascal, del que dijo que “Es una buena persona pero tiene limitaciones. Cuanto más arriba estaba, más niebla veía y no sabía quien tomaba las decisiones. Él no es libre. Hay veces que se toman fuera de Vox».
Oyéndola, fue fácil reflexionar sobre como la vida nos forja de una determinada manera (que tu padre te abandone cuando eres pequeña, que lo condenen a prisión por insolvencia punible y que más tarde se convierta en un prófugo de la justicia es algo que ha de marcar), y la vida ha hecho fuerte a Macarena Olona. Una fortaleza que se percibe en su manera de hablar y de decir, en su forma de enfrentarse a su expartido, aunque quizás hubiese mostrado más solidez, si lejos de dejar Vox, hubiese aguantado en sus filas para manifestar esas mismas cosas que ahora dice, desde dentro: obligarles a expulsarla, al poner al descubierto la manera de actuar de estos falócratas de libro.
Ya se que esto no es fácil, pero es lo que se puede esperar de alguien que habla como ella lo hizo en ese programa. Un programa que mostró a una Macarena Olona, según ella “nerviosa pero no con miedo”, y dispuesta a presentar su candidatura a continuar en política, sin explicitarlo abiertamente, pero dejando esa sensación en cada una de sus intervenciones, en las que procuró presentarse como una victima de Vox, a la vez que reivindicaba su papel en esa formación política con cosas como: «estoy sufriendo una campaña de ataque feroz y lo entiendo, lo hacen por miedo a lo que yo pueda representar», o manifestando que le parece «injusto» el trato que está recibiendo después de «todo lo que ha hecho por este proyecto”.
Y sí, quiere continuar en política, moderando su discurso (cuando se refiere al tema de la memoria historia ya le cuesta más trabajo mantener la coherencia), procurando tender puentes con los periodistas y medios a los que antes denostó y manteniendo distancia con su ahora enemigo Vox, ese partido en el que fue elegida diputada al Congreso por la circunscripción electoral de Granada, por donde fue reelegida más tarde, para en el 2022 ser candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía. Una manera elegante de apartarla de Madrid, donde su papel había adquirido tanto relieve que los muchos machistas (uno de sus compañeros llego a decirle que “no quería mujeres en el equipo para no caer en la tentación”) que habitan en Vox temieron que pudiera hacerles sombra. Lo que ocurre, es que ella no supo darse cuenta de la trampa, obnubilada con la idea de, como mínimo, ser vicepresidenta de Andalucía, tal y como aseguraban las encuestas previas a unas elecciones, que después concedieron mayoría al PP dejándola compuesta y sin vicepresidencia: no fue capaz de soportar la humillación de quedarse solo como portavoz de su partido. Así de simple.
Ya aprendió que en política hay que actuar con menos pasión y más cabeza.