Hasta hace un tiempo, la sanidad pública no se presentaba como un problema en nuestro país, antes al contrario, cuando se viajaba al extranjero, se presumía del funcionamiento de la misma. Y no hace tanto tiempo, eran muchos los turistas pertenecientes a la Unión Europea que esperaban su viaje a nuestro país, en vacaciones, para tratarse de sus dolencias. Incluso con el Brexit, más de una vez, hemos leído y oído los lamentos de los ciudadanos británicos, residentes en las costas españolas, sobre lo que en este campo ha significado para ellos la salida de su país de la UE.
Pues bien, desde un tiempo a esta parte, la sanidad publica española parece estar en boca de todos, y no para bien. Retrasos en las consultas, falta de especialistas, saturación de los servicios. Síntomas que comenzaron a ponerse en evidencia con la pandemia del Covid y que parecen haber aumentado en los últimos tiempos.
En toda España, la pandemia pareció servir para que los ciudadanos descubriésemos la capacidad y la entrega de los profesionales sanitarios de nuestro país. Sirvió también, para percibir que este es un pueblo agradecido, y ese agradecimiento se mostraba todas las tardes saliendo a los balcones a certificarlo con un largo aplauso hacia los sanitarios que tanta entrega mostraban en un momento especialmente grave. Y esa entrega no se produjo solamente en los grandes hospitales, donde las UCIS estaban al completo. Esa entrega, comenzaba en los centros de salud de los barrios donde había días en que la atención primaria afrontaba una gran presión en las sucesivas olas de contagios que se produjeron, y donde los médicos atendían, en muchos casos, hasta 70 pacientes diarios, a más de la atención que a través del teléfono prestaban a enfermos para los que no era conveniente acudir a un centro que, en muchos casos, era calificado con el “nivel naranja”, por el numero de afectados por el virus. Y gracias al impecable funcionamiento de esos centros, de la sanidad pública, en general, España fue reconocida como una de las naciones europeas que mejor actuó. Y es normal que el ciudadano defienda ese acertado funcionamiento.
El fin de semana pasado reflejó la inquietud que esta sociedad tiene por el funcionamiento de sanidad pública. Los vecinos de Madrid, y de otras ciudades españolas, salieron a la calle para mostrar esa inquietud. Entre esos ciudadanos que salieron a defender lo que les pertenece, gran numero de jubilados porque ellos, más que nadie, tienen motivos para hacerlo. Quizás, porque el cumplir años, parece estar estrechamente unido al fomento de las veces que los residentes han de hacer uso de la seguridad social. El centro de salud, comienza a convertirse en algo familiar, y el buen funcionamiento del mismo es lo que permite la tranquilidad de una gran parte de la sociedad. Y ahora cuando hay tanto ruido alrededor de la asistencia primaria en la sanidad publica, es el momento de resaltar la labor que estos centros hacen, la entrega de sus profesionales que cubren, de la mejor manera posible, las ausencias de sus compañeros (porque es verdad que faltan médicos y enfermeras), procurando que esa presión que viven no se transmita al enfermo.
Vivo en uno de los mejores barrios de Murcia (a mi me lo parece), El Ranero. Un lugar con amplias avenidas, con árboles en muchas de sus calles, con pequeños parques infantiles. Con unos vecinos poco ruidosos, donde la limitada altura de sus edificios produce una agradable sensación de bienestar. Pero esa sensación de bienestar también es creada por unos adecuados servicios públicos, y sobre todo, por contar con un magnifico centro de salud. Un centro bien dirigido, con trabajadores que atienden sin “regañar” al enfermo y que son una muestra de que la sanidad publica es imprescindible en una sociedad avanzada. Eso es lo que el ciudadano salió a defender el domingo.