La monarquía más costosa de Europa para sus ciudadanos es la británica, seguida de la holandesa, noruega, belga, danesa y sueca. Por detrás de ellas estaría la Casa Real Española con un presupuesto de 8,2 millones de euros. La República francesa cuesta 111,7 millones de euros.
Hace unos días una televisión hacia una encuesta, a pie de calle, interpelando sobre que preferían los ciudadanos si republica o monarquía. Los jóvenes, todos ellos, que aparecían dando su opinión sobre el tema aseguraban convencidos que preferían un presidente de republica porque era elegido directamente– la república es el gobierno de la ley mientras que democracia significa el gobierno del pueblo– pero ante la pregunta de si querrían de presidente a José María Aznar afirmaban, convencidos, que no.
La sensación que estos chicos transmitían de desconocimiento de cómo funcionan las instituciones fue tremenda. Alguien les tendría que decir que no todos los presidentes de republicas son elegidos, de igual manera, ni todos tienen las mismas atribuciones porque, sin salir de Europa, mientras que el presidente de la República Federal de Alemania, es elegido por la Asamblea Federal, que le confiere poderes de carácter fundamentalmente representativo, el presiente de la República Francesa es elegido mediante sufragio directo, tiene gran influencia en los temas de Estado y entre sus competencias se encuentra la responsabilidad de elección del primer ministro. Y ya está bien con lo de que ellos no votaron la constitución. Claro y los norteamericanos de hoy, por ejemplo, no votaron la constitución de 1789, que aún se encuentra en vigor y a la que se va agregando enmiendas porque nada es inamovible, pero eso es todo. Que unos resultados a las elecciones europeas pretendan convertirlos en el vagón de enganche del cambio de sistema en nuestro país es todo, menos razonable.
En la transición española los demócratas permitimos que los fachas se apropiasen de los símbolos de representación nacional como la bandera. Ellos la llevaban en los relojes, pulseritas, pin, y nosotros nos la dejamos arrebatar. Ahora no estoy dispuesta a que nadie me diga donde está la democracia cuando me pase toda la noche del 23-F ante el micrófono de RNE, en Madrid, con la angustia a flor de piel porque el ejercito vigilaba nuestros pasillos–yo soy hija de padre republicano y sabia lo que esto significaba– y percibí, de manera directa, lo importante que en esa noche fue la actitud del Rey en la defensa de esta Constitución que ahora parece no valernos.
Soy demócrata y lo que quiero para mi país es una democracia, y que yo sepa no es más demócrata Venezuela que el reino de Suecia, pongamos por caso.
Países como Holanda y Bélgica han vivido la abdicación de sus reyes con absoluta normalidad y son naciones que nos podrían dar lecciones de democracia, aunque solamente fuese porque la practican muchísimos más años que nosotros. A nadie se le ha ocurrido que hay que hacer un referéndum para decidir que modelo de estado quieren porque lo importante es la democracia, y la monarquía parlamentaria es garante de ese modelo. Y la mayoría de los españoles lo deben de ver así porque, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la Monarquía apenas es nombrada como un problema por los ciudadanos ya que, en el de mayo, sólo un 0,2 por ciento de los encuestados la citan en el ranking de sus preocupaciones, que sigue encabezado por el paro y la corrupción, de lo que deberían tomar nota los políticos.
Por cierto, el profesor Herman Matthijs, de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Bruselas, publica cada año una comparativa de los presupuestos de las Casas Reales europeas y de las Repúblicas, y estas son las conclusiones de su sexta edición: la monarquía más costosa de Europa para sus ciudadanos es la británica, seguida de la holandesa, noruega, belga, danesa y sueca. Por detrás de ellas estaría la Casa Real Española con un presupuesto de 8,2 millones de euros. La República francesa cuesta 111,7 millones de euros. Pues eso.
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