LAS TECLAS DE LA VIDA
Su vida gira alrededor de la música: conservatorios superiores de Alicante y Real de Madrid porque, siempre, fue su mundo. Un mundo que transmitió a sus hijos; todos han encontrado en ella su razón de ser, incluida su mujer, profesora de Danza: “Mis padres amaban la música. Recuerdo a mi madre cantando copla y a mi padre tocando el acordeón. La música estaba tan presente en nuestras vidas que, de cuatro hermanos, tres somos pianistas y una bailarina”.
Le escuchamos hablar de música y es fácil imaginarlo en el Renacimiento, porque podría ser uno de aquellos músicos para quienes este arte no tenia secretos. Y es que se siente cómodo en cualquiera de sus manifestaciones. Cómodo en el piano, pero también en el clarinete y el acordeón en los que no se reconoce como un virtuoso pero que si le sirven para escudriñar en otras formas de hacer, en otros sonidos, para perfeccionar, nos dice, el piano–es catedrático de este instrumento– sin cerrar otros caminos del universo musical: “Me gusta el mundo de la interpretación, pero también la creación, la investigación, la enseñanza”.
El aula donde mantenemos la charla es de una austeridad espartana. Un piano, sillas y un cartel que anuncia un seminario de música. Una gran pizarra en la pared con las rayas de un pentagrama y algunos atriles. Parece el marco ideal para charlar con este pianista que emana una cierta sensación de timidez que se refleja en su forma de hablar queda y que entiende la música como un todo porque se niega a circunscribirse a una parcela de ella: “Hace poco estuve tocando en Trapani, en Italia, con Curro Piñana, acompañándole en un recital flamenco. Una experiencia que, para mí, ha sido una revelación”. Y se extiende con entusiasmo sobre lo que ha sentido. Y nos cuenta que continuarán experimentando porque se niega a reducir el campo de acción, porque la música, nos dice, ha de ir más allá de un instrumento: para mí, es una búsqueda constante”.
Una búsqueda que le llevó a Francia para ampliar estudios con Jacques Rouvier y a Bélgica, donde disfrutó con al magisterio de Eduardo del Pueyo; el profesor que más le ha marcado, nos dice y que le inculcó, junto a Patricia Montero y Jean Claude Vanden Eynden, que la música no es solamente un ejercicio de dominio técnico, no: “Ellos me enseñaron a sentirla y experimentarla con nombre propio. Convertir el piano en la prolongación de ti mismo, en tu propia voz”. Una voz que ha llevado a Alemania, Corea del Sur, Croacia, Italia, para reafirmarse en su idea de que la música depende de la manera en que el público la capte: desde el respeto de un auditorio asiático a la pasión de un público latino que hacen sentir al artista que es capaz de reinventarse en cada concierto, en cada interpretación.
Hablamos de esto y mostramos interés por saber en que tipo de música se siente más cómodo, pero no, el se niega a encasillarse: “Me he sentido con la misma comodidad en una obra que he estrenado—mía o de otros compositores que la han hecho para mi– que en una de Mozart, por ejemplo. Me meto en una composición haciéndola mi mundo, no importa de qué autor sea, porque la interpretación para mi es un juego. Un juego en el sentido más serio de la palabra”. Un concepto que aplica también a su condición de compositor que puso de manifiesto ayer con su obra “El secreto de los nombres de Dios”, junto a la Orquesta Sinfónica de la Región en el Auditorio Víctor Villegas porque, nos dice, la música ha tendido a crear universos aislados unos de otros, pero no el no la entiende así.: “Cuando comenzaba, mi autentica vocación era ser compositor, pero me di cuenta de que debía de ser muy rompedor, muy de vanguardia y yo no me veía en la radicalidad, preferí el silencio. Quizás ya se ha dejado atrás el frío invierno al que nos condujo la vanguardia durante el siglo XX y hemos podido comenzar de nuevo en una música con una mayor carga emocional, con una capacidad comunicativa mayor”.
No podemos evitar hablar de las razones por las que los espectadores que van a un concierto continúan prefiriendo los compositores de siempre: Chopin, Schubert, Chaikonski, por ejemplo, y nos dice que posiblemente muchos compositores contemporáneos se han empañado en crear una atmosfera autista precisamente para provocar al publico, consiguiendo el rechazo de este:“Yo tengo el mismo respeto hacia una propuesta actual que hacia una de hace 200 años, siempre que tenga algo con lo que yo me pueda identificar, hacerla mía”. Y es que la música ha sido “lo suyo” desde siempre, aunque haya dejado surcos expeditos para otras cosas: “El mundo de las nuevas tecnologías me ha abierto un nuevo camino de expresión. Hasta me ha modificado, en parte, la estructura de pensamiento, la forma de acercarme a la realidad que vivo. El arte en general también ocupa un lugar preferente y, el piano, en mi vida cotidiana, no es que me haga evadirme de los problemas es que me ayuda a construir un nuevo discurso, a saber como me he de enfrentar a ella. Me ayuda a buscar soluciones”. Y mientras que las encuentra, continúa admirando como compositor a Igor Stravinski, como director de orquesta a Daniel Baremboim. Seguramente porque el se identifica con el modelo de músico que, como Baremboim, puede ser a la vez, un magnifico pianista y un extraordinario director de orquesta aunque, como pianista, se quede con el gran Sviatoslav Richter.
Y continuamos hablando de su relación con la Universidad que se inicia cuando decide investigar sobre la figura de Manuel de Falla con su tesis doctoral “La Estética Musical en Manuel de Falla”, que le dirigió el profesor Jarauta y que ha continuado con sus clases en el Master oficial en Investigación Musical de la UMU, en colaboración con el Conservatorio Superior de Música, donde imparte su magisterio.