El pasado fin de semana, viajé a Madrid para disfrutar de la compañía de unos amigos, y para, entre otras cosas, gozar en la mañana del domingo, de un concierto de Los Gofiones, en el Teatro Calderón, con motivo del cincuenta y cinco cumpleaños del grupo.
Un concierto, que me hizo recordar cuatro años maravillosos en aquella privilegiada tierra, a la que llevaré siempre en mi corazón. Porque allí, entre paisajes extraordinarios (cada isla es un mundo), conocí el verdadero significado de la palabra amistad. Y gocé con el sonido de las Isas y las Folias (el ADN del rico folklore canario), y un amplio recorrido por las canciones al otro lado del mar de las islas (Cuba y Venezuela acogen miles de canarios de primera generación), que han ido dejando su poso en la manera de hacer folklore de los grupos canarios que lo estudian.
Sí, el domingo estaba siendo un día perfecto. Madrid lucía un sol radiante. Un sol que agudizaba ese azul especial del cielo madrileño. Pero llego la tarde, y en un instante todo se transformó.
El sol pareció dejar de brillar y ese cielo, hasta un momento antes de azul intenso, se torno plomizo. Un amigo, al otro lado del móvil, me decía lo que no estaba preparada para oír, me comunicaba que Fernando Delgado, un tinerfeño que el tiempo convirtió en mi amigo del alma, se había ido sin hacer ruido, acompañado, hasta el último momento, de Pedro. De quien desde hace muchos años ha sido su compañero de “mares y de nieves”, como diaria el gran Paco Rabal.
Pero con Fernando Delgado, no solo se ha ido mi amigo, no. Con su adiós, se ha ido un gran periodista: de prensa, de radio, de televisión. Un escritor que, entre otros muchos galardones literarios: de novela, de poesía, consiguió el Premio Planeta (1995) por La mirada del otro o el Premio Azorín (2015) por Sus ojos en mí.
Un profesional de los medios de comunicación (inolvidables sus colaboraciones en Prensa Ibérica), de mente inquieta, de inventiva desbocada, que era capaz de crear, en 1981, una Radio 3, que rompió todos los moldes de la radio que hasta ese momento se hacia en RNE. Una emisora dirigida al sector juvenil y universitario, que consiguió que un público joven acudiera en masa a escuchar el “invento de Fernando”, como algunos decían. Como invento suyo (lo que hacia era un informativo de autor) fueron aquellos finales del telediario que presentaba, donde la literaria encontró el lugar que merecía.
Imborrable su discurso en les Corts Valencianes, como presidente de la Mesa de Edad. Un discurso que habla de cómo entendía la política y la vida: desde el valor de la palabra dada, desde el compromiso con la sociedad.
Todo esto, y mucho más, era Fernando Delgado, profesionalmente hablando. Pero sobre todo, se ha ido un hombre generoso, culto e inteligente. Un hombre que convirtió su hogar en una casa de puertas abiertas, en Faura, cerca de Valencia (cerca del mar, donde el quería vivir y morir). El lugar de encuentro de escritores, de artistas, de políticos, que acudían a sus citas veraniegas para sentir la amistad con mayúscula. La bienvenida, con la ternura infinita que Fernando sabía transmitir a los, y las, que quería. Y el quería y lo demostraba y te hacia sentir importante porque él te daba importancia.
“Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento”.

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