El 24 de diciembre de 1975, el mensaje de Navidad nos llegó de la figura del Rey. Hasta el 1979 en que se aprobaba el Estatuto de Autonomía Vasco, ningún otro dirigente español implantó la costumbre de algo similar. Pero pasados los primeros tiempos de democracia, todos los años, los presidentes autonómicos y la mayoría de los alcaldes de ciudades importantes, se plantan delante de un abeto, de un nacimiento, de una decoración adecuada, y se lanzan a desear a sus ciudadanos toda clase de bienes: destacando sus logros durante el año anterior y esperando que esos mensajes aumenten sus expectativas de voto.
Lo que nos parece nuevo (la política española nos depara muchas sorpresas en estos tiempos), es que un vicepresidente, en este caso el del Gobierno de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, sin muchas cosas que hacer, aproveche su mucho tiempo libre para colocarse, el también, ante las cámaras (no se que pensará de esto el presidente de su comunidad) con un belén de fondo y soltar una perorata plena de frases pías, cual monje perteneciente a cualquier orden mendicante, que abomina de las pompas y el lujo de una sociedad frívola y sobrada de bienestar, diciendo con aire compungido cosas como: “La imagen del niño Jesús en el pesebre desafía cada Navidad a quienes nos quieren desarraigados, consumiendo frenéticamente, vigilados por el Estado y dependientes de él” o “No hay mayor batalla cultural que la de adorar en Navidad a Jesús, que nació en un pesebre y murió en una cruz por todos nosotros mientras el sistema te ofrece un modelo de vida individualista en el que el éxito se mide exclusivamente por la acumulación material y de poder”.
Asimismo, a este señor, en el colmo del cinismo, le escandaliza la vida de aquellos que viven pensando en la acumulación material y de poder obviando que cobra 80.741,24 euros anuales. Que entre él y sus tres altos cargos, ganan casi 300.000 euros anuales, y que dedica 1.194.770 en gastos de personal para administrar una vicepresidencia carente de funciones. Tan pocas funciones, que la gestión que este vicepresidente realiza de las cuentas públicas es de apenas 112.000 euros.
Pues con todo eso, no tiene ningún pudor en aparecer delante de un belén, en el interior de una iglesia (el hace las cosas bien), y soltar algunas perlas dignas de guardar en la memoria colectiva teniendo en cuenta de quien vienen: “Huid de no ser persona, sino consumidor, cliente o contribuyente” o “No pasa nada por no estar a la última moda y llevar la chaqueta que heredaste de tu abuelo”.
Y lo de la chaqueta del abuelo me ha llegado al alma, porque como quiera que al suyo le cabe el honor de haber sido el fundador de un importante despacho de abogados de Burgos (tradición que han continuado su padre, su hermana y él), es fácil suponer que usaba chaquetas de calidad que permita llevarlas ahora con una cierta prestancia. Pero claro, hay chaquetas de otros abuelos que no imagino poderlas lucir con un cierto decoro. Pero es que este hombre, que estudio en las universidades privadas de Comillas y Deusto, que llama a algunos compañeros de escaño imbéciles, que no duda en mofarse de una diputada, con discapacidad; en las Cortes donde diariamente el hace gala de su mala educación (se puede estudiar en centros muy principales y ser un mal educado), es una continua caja de sorpresas, porque asombroso es descubrir que alguien que despotrica de aquellos que “dependen del Estado”, vea normal cobrar casi ochenta y un mil euros cuando lleva la gestión de poco más de cien mil, y las atribuciones de gestión directa que desarrolla su vicepresidencia solo tienen que ver con subvenciones a asociaciones de víctimas del terrorismo.
¿Este despilfarro se lo puede permitir este país? ¿Hay más así?

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