JERÓNIMO TRISTANTE, ESCRITOR: EL CASO DEL NOVELISTA CASUAL.

JERÓNIMO TRISTANTEPelo largo, barba no muy poblada, mirada azul. Sí, el escritor de novela negra, Jerónimo Tristante, podría pasar por un británico que intenta descubrir las bondades de la literatura española: alto, piel blanca y sonrisa fácil. Es amable sin esforzarse, es así en definitiva; cordial y cercano.

La entrevista tiene lugar en el IES Salvador Sandoval, de las Torres de Cotillas. Los alumnos se sumergen en un ir y venir de clases y el bullicio puede llegar a ser ensordecedor. Y en un intento por escapar del runrun mantenemos la charla en un laboratorio. Marcial disfruta con maniquíes que reflejan con precisión los secretos del cuerpo humano y delante de nosotros él, que tiene una mezcla de pensador y profesor despistado y que admite que el impartir clases le da la vida porque le permite estar en contacto con los jóvenes, de los que, nos dice, siempre aprende mucho porque, para el, la enseñanza forma parte consustancial de su vida.

Y comienza, casi disculpándose, porque no tiene recuerdos especiales de su niñez: “ La gente mayor se acuerda de detalles de su infancia que, sinceramente, no acierto a recordar. Yo creo que tuve una niñez normal, ni felicísima ni traumática: iba a los Maristas, jugaba al baloncesto…, esas cosas”.

Un grupo de alumnos, los más pequeños, intentan llamar nuestra atención a través de los cristales que dan al pasillo y hablamos largamente de los problemas que, para el, plantea la LOGSE. Pero como el arreglo de la educación no está ni en sus manos, ni en las mías, procuro llevar la conversación a sus recuerdos de la Murcia que le vio crecer en el barrio de San Antolín. Un barrio que evoca pequeño y familiar, donde todos se conocían, y que el tiempo ha transformado en multicultural.

Cuenta las cosas con entusiasmo y facilidad de escritor, así es que es inevitable que indaguemos en las razones de su vocación y nos dice que se reconoce escribiendo desde siempre: canciones, artículos, algunas cosas de humor que, nos dice, daba a leer a sus amigos, a la familia, pero cuando comienza a escribir en serio es cuando le surge un problema de piel: “Si tu ves parezco un giri, y me dijo el dermatólogo, que el sol no podía darme, a partir de las diez de la mañana y hasta después de las ocho de la tarde, y como eran muchas horas sin poder hacer nada pues eso…” Y ese “eso” se convirtió en escribir historias. Historias que el procura que el lector las perciba con facilidad y, aunque el género en el que se ha especializado, la novela negra, no plantee temas fáciles, si le permite, nos confiesa, el que partiendo de un hecho criminal pueda profundizar en la descripción de una determinada sociedad. Al final, intuimos, a él lo que le gusta es la historia y sí, lo sabemos, siente fascinación por los asesinos en serie, por como se puede llegar a descubrir a un criminal a través de la medicina forense.

Le confieso que siento fascinación por la tramoya de la novela negra y hablamos largamente de ello y, oyéndole, no puedo por menos de preguntarle como se casa eso de haber estudiado Biología, de dar clases en un Instituto con lo de escribir intrincadas novelas policíacas. Y parece armarse de paciencia para explicarme que las mejores notas en literatura, en bachillerato, las sacan los estudiantes de ciencias y es que, nos apunta, la sintaxis, a fin de cuentas, es casi un razonamiento matemático: “Algún critico me ha dicho que la novela policiaca tiene mucho de científico porque es cierto que tiene como algo de mosaico en el que confluyen muchas cosas, una especie de engranaje que debe que funcionar”.

Llegados a este punto es inevitable indagar sobre sus lecturas, por sus influencias literarias y confiesa que admira la literatura de folletín del siglo XIX, seguramente porque nos reconoce que eran autores que hacían leer a las masas y el concibe la literatura como un vehículo para llegar a cuantos más lectores mejor. Pero por encima de todos ellos nos destaca la figura del inglés Wilkie Collins y con cierta sorna dice que si estos escritores vivieran hoy dirían los “culturetas” que eran simplemente escritores populares, pero el no cree que la calidad esté reñida con la popularidad.

Es curiosa la sensación que podemos experimentar con las personas. Hay a quienes las conocemos de largo tiempo y jamás les haríamos una confidencia y, por el contrario, a quien acabamos de conocer y tenemos la sensación de que no nos traicionaría jamás. Y eso es lo que el transmite porque, Jerónimo Tristante, está tan alejado de la afectación de algunos escritores—esos que nos hablan del terrible ejerció que es escribir, de la dureza del folio en blanco–que se agradece encontrar a alguien que intenta desmitificar tamaño esfuerzo, que nos dice que quien cuenta cuentos y tiene talento para inventar historias es una persona que disfruta escribiendo, como el, que lo hace en cualquier lugar: en la habitación de un hotel, en casa; con su hija al lado, porque para él escribir es algo gratificante.

No acierta a decirnos si realmente, y como apuntan algunos críticos, su mejor novela es 1969; seguramente porque ahora tiene que mimar de manera especial a la “recién nacida”, El Enigma de la calle Calabria, la tercera aventura de Víctor Ros que está desarrollada en la Barcelona del XIX. Y nos relata minuciosamente el ambiente en el que transcurre la trama con el entusiasmo que pondría un Cuentacuentos ilusionado. Sí, pone pasión en lo que hace, es feliz con lo que escribe y también cuando intenta que conozcamos mejor a “sus detectives”, Víctor Ros y Julio Alsina: dos personajes que se escapan tanto del superhéroe que hasta despiertan nuestra ternura y es que, como el nos dice con ironía, el lector suele sentir simpatía hacia los perdedores. Hacia los personajes protagonistas que sufren. Ante el éxito de sus novelas, debe de ser así.

Publicado en La Opinión, de Murcia, el 8-7-2010

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