CRISTINA MARTÍNEZ

 CUANDO LA REALIDAD SE IMPONE

Cristina MartínezLa charla transcurre de manera poco usual. Ni en la soledad de un despacho, ni en la intimidad del hogar donde solamente el clic del fotógrafo nos abstrae de la conversación. Sí, la entrevista tiene lugar de una forma poco común, rodeadas del alegre bullicio de la amistad compartida. Y esto, que podría haber interferido en el hilo conductor del diálogo quizás me permitió percibir con más nitidez que estaba delante de una persona dispuesta a ser sincera, a dejarse “fotografiar” tal y como es. Y ante esto, los murmullos que nos acompañaron en un principio dieron paso a un silencio respetuoso con lo que se estaba hablando porque, en definitiva, la verdad del ser humano siempre se impone al runrún. Descubrimos que la sinceridad asombra y hasta extraña. Y en nuestro personaje hay mucho de sinceridad y mucho de realismo también. Sinceridad y realismo al recordar su niñez, que califica de un tanto atípica, quizás porque le impulsaron a la responsabilidad demasiado pronto y porque, demasiado pronto también, descubrió que a la vida la tienes que conquistar poco a poco si quieres que ella te acepte hasta conseguir eso que llamamos felicidad.

Y la felicidad puede estar también en no evocar negativamente la niñez, aunque experimentes la sensación de que algo te hurtaron de ella. En ese conservar los recuerdos que forman parte de la vida: “De manera especial recuerdo un viaje que hice a Marruecos, yo tendría unos cuatro años, pero me acuerdo. Recuerdo a mi padre, todos los veranos, en una plancha enorme haciendo sardinas, para la familia y cuatro mil amigos. A mi madre muy encima de mí. Recuerdo el olor a la playa, el olor a cabo, a mi padre sacando erizos. A mi hermana, mayor que yo, mimándome mucho…”.

Y continúa relatando hasta lo que su memoria alcanza. A estas alturas, el silencio es total, he dejado de ser consciente de que la conversación se está desarrollando rodeadas de gente y ella creo que tampoco lo es. Y hay como un punto de inflexión en su exposición cuando nos reconoce que tuvo una infancia muy “trabajada, muy currada”. Una infancia a la que ella califica, sí, de “atípica”.

El ser humano es especialmente contradictorio. A veces, la sensación de seguridad tienen mucho que ver con el deseo de enmascaramiento de nuestros miedos e incertidumbres. Algo que se pone de manifiesto en nuestro personaje. Nadie podría pensar de ella que no es feliz con su trabajo, que no goza con su desempeño, pero en ese ejercicio de sinceridad que se ha impuesto; algo que hemos de destacar porque no es muy normal, nos confiesa que no es así, que en su desempeño solamente encuentra la seguridad que, nos dice, todos buscamos. Una seguridad que se traduce en el nivel de vida que te hace sentirte cómoda aunque no sea la profesión elegida. Y con una lucecita especial en los ojos nos dice que a ella le encanta la fisioterapia, que le hubiese gustado hacer locución y doblaje y, sí, surge esa pequeña frustración de lo inalcanzable cuando lo inalcanzado eran los sueños que se quedaron en el camino porque los sueños, a veces, no son compatibles con las realidades que obligan y forjan la personalidad: “Tengo mis momentos para soñar, pero algunos son imposibles. Y como soy una persona muy con los pies en la tierra pues no me atrevería a dejar todo atrás para ir en pos de los sueños. Necesito sentirme segura, tener un remanente en mi vida por si acaso algo falla”.

Y en ese, “por si algo falla”, no imagina que se encuentre nunca la amistad porque, nos confiesa, la necesita para respirar, como necesita, a veces, tumbarse en el sofá y escuchar la música que le gusta, experimentar la sensación de libertad que produce conducir y sobre todo sentir que es capaz de percibir la buenas vibraciones y sensaciones que nos regala la vida. Como un viaje que hizo a San Petesburgo y que califica de muy especial: “Porque estaba conociendo a mi pareja, estábamos empezando a descubrirnos y realmente para mi fue un viaje que tuvo una gran carga de magia. Me llamó mucho la atención San Petesburgo, Rusia entera porque es un país frío, pero cálido a la vez. Me asombró los extremos sociales. Gente con muchísimo dinero y la pobreza más absoluta. Me llamó la atención la calidad de los músicos que tocaban en las salidas de los metros. La rudeza de los rostros. Rostros como insensibles, impertérritos, impenetrables”.

Aunque nos reconoce la amabilidad de la gente, ciertamente no nos la imaginamos viviendo en Rusia y si aquí, en el Mediterráneo, pero aunque nos dice que Alicante es ideal para vivir: es cómoda, práctica, tiene la presencia del mar y cuenta con un buen clima, lo cierto es que termina confesando que no quiere sentirse limitada por nada, que podría vivir en otro sitio, por ejemplo, en una isla.

La charla transcurre con una cierta tranquilidad. Yo me siento cómoda y confío en que ella también. Y he de confesar que este diálogo me permite descubrir a un ser humano muy pegado a la tierra, que valora mucho lo que tiene; su mundo laboral y afectivo y que no se marca metas porque, como nos confiesa, es “una persona de distancias cortas incapaz de marcarme metas a largo tiempo”. Seguramente porque, como nos dice, ni existe la felicidad absoluta ni cree en el amor eterno: “Creo que existen muchos momentos felices, pero no creo en la felicidad eterna, ni ahora ni antes creí en eso. Y hay gente que no comprende esta manera mía de ver la vida pero es como yo lo siento. Yo creo que todas las personas vivimos momentos, etapas de la vida a la que yo comparo con una onda: sube y baja alternativamente. ¿Soy feliz ahora? bueno, no soy infeliz. Miro atrás y siento que soy feliz. Para mi solo existen momentos felices, momentos más duraderos y más breves, pero momentos”.

Sentimos curiosidad por saber como se ve ella y, una vez más, nos sorprende. Porque no intenta enmascarar nada, porque aunque se reconoce sencilla nos confiesa que tiene una cierta apariencia de altivez: “Me veo una persona muy a pie de calle, muy accesible cuando yo lo permito, muy sincera muy amiga de mis amigos y negativa. No soy una persona optimista. La vida me ha dado tanto, por los dos lados. Me lo he tenido que currar tanto que he dejado de ser optimista”.

Llegamos al final de la charla y surge una declaración de intenciones: “Me importa como me pueden ver los demás, a todo el mundo le tiene que importar pero, sobre todo, me importa la impresión que yo pueda dar a la gente que quiero. La gente que me es indiferente, me da igual”. Así es ella y ¿saben? merece la pena hacer un esfuerzo por conocerla.

One Response to CRISTINA MARTÍNEZ

  1. Loreto dice:

    Hola Pity y hola Cristina,
    Me ha gustado mucho lo que ha dicho Cristina, y por supuesto me ha encantado tu forma de expresarlo.
    Me he relajado leyendolo y se me ha quedado corto, cuando he llegado al final casi se me ha escapado un «ohhh ya se ha acabado».
    Gracias por escribir asi.
    Un beso
    Loreto

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