MANUEL CLAVEL, ARQUITECTO

UNA HISTORIA QUE NO TIENE FIN

fotospropias_20090220_150827 El estudio lo tiene en esa Murcia de calles estrechas y rumor callejero. Cerca de la plaza de Santo Domingo, con el latido de Platería, con el rum rum de Trapería. Mobiliario blanco, austeridad total. Aquí se viene a trabajar.

Comenzamos a charlar y, casi de manera instintiva, pone delante de si un folio en blanco y uno de esos rotuladores que parecen utilizar solamente los arquitectos, aunque a lo largo de la charla el folio continuará en blanco; alguna raya más o menos, y el rotulador en descanso. Es feliz con su trabajo y se le nota y puede llegar a sorprender su concepto de la arquitectura, de la vida y de una niñez en la que resalta el respeto que siempre percibió en casa hacia los mayores algo que, nos dice, le ha marcado, favorablemente: “Los abuelos siempre han tenido una presencia importante en mi casa. Incluso unas tías-abuelas que no se casaron, y que para mi era como tener ocho abuelos. Mi madre trabajaba, es abogada, y yo recuerdo mi niñez con ellos”. Tan con ellos que incluso pensó que el tenia que ser médico como uno de ellos y del que lleva el mismo nombre. Así es que parecía predestinado hasta que vio un programa en la tele en el que se realizaba una operación muy agresiva y le desaparecieron las ganas. Al final, se encontró haciendo arquitectura y ahora no se imagina realizando otra cosa. Y nos dice con pasión que la arquitectura es algo muy importante. Que está ligada al crecimiento de un país. Que hay que hacer proyectos desde el compromiso con lo bien hecho: “Nosotros, por modestos que parezcan estos, tratamos de hacerlos de la manera más seria y profesional. Hacemos una arquitectura muy personal, con un componente de valor añadido basado en el diseño. Lo que más me preocupa es hacer cosas con responsabilidad”.

 

Habla con entusiasmo de un trabajo que le permite aparecer en revistas especializadas de todos los países, entre ellas la mítica The Architectural Review, que se edita en Japón y en la que aparece el panteón que el realizó para su abuelo y que ha dado la vuelta al mundo: “Las pequeñas cosas son las que importan, porque no solo es tuyo, es de los demás. Cualquier cosa que haces produce un efecto en la gente que tienes alrededor porque también participan de ello”. Y es difícil explicar ese panteón porque tiene una extraña mezcla de fuerza y de ternura, que nos habla de una sensibilidad espacial y de un gusto exquisito, seguramente adquirido en ese Londres que el recuerda vivamente: “Londres es una ciudad esencial en mi vida. Llegué allí tras ganar un concurso nacional, donde el premio era elegir el estudio que quisieras de Europa para trabajar en el. Y me decidí por el de Alejandro Zaera-Polo”. Y nos dice que eligió este, porque no es demasiado grande y entiende que eso es bueno para la arquitectura: “Solamente éramos quince personas y eso posibilita el intercambio de experiencias y de ideas. Un estudio tiene que tener un tamaño que tu puedas manejar. Para mi esto no es un negocio, es algo distinto, donde la rentabilidad económica no es lo que te mueve, es algo más”. Y continua hablando de arquitectura desde un concepto que el pretende ver reflejado en una Murcia a la que ama porque defiende que esta tiene todo lo necesario para poner en marcha ideas que en otros lugares no se podrían hacer realidad: la luz, el sol: “Hay que proyectar la arquitectura de nuestro tiempo, no la de hace siglos. La de ahora hay que hacerla buena, porque el panorama de la ciudad ha cambiado, se nota una mayor exigencia de calidad, no solo en la arquitectura, en otras cosas también”.

Y esas “otras cosas” el piensa ponerlas en práctica en la rehabilitación del antiguo edificio de correos y su conversión en casino. Y nos confiesa que esa recuperación tendrá un componente espectacular y a la vez será respetuoso con los elementos históricos, pero no, no piensa que sea la obra de su vida: “Esto de la arquitectura es como una historia que nunca tiene final, porque a partir de una idea se generan otras. Por eso se equivoca quien diga que ha hecho el proyecto de su vida, porque el proyecto de tu vida no lo haces nunca. En cada momento vas haciendo lo que sientes”. Y lo que siente es ir dejando su manera de entender la arquitectura a través de pequeños proyectos que van sumando y es que, nos dice, la arquitectura no es importante en función de la dimensión de la obra. Es importante porque con pequeñas cosas se va imponiendo un determinado estilo: en una tienda, en una nave, en un panteón, por qué no. Con el tiempo la ciudad va adquiriendo una personalidad definida, porque las ciudades, nos dice, tienen que crecer pensando en la gente.

No lo imaginaríamos con un componente aventurero, pero sí, tan aventurero como para, de estudiante, pretender enrolarse en un barco para dar la vuelta al mundo, pero su madre no le veía de Popeye y tuvo que conformarse con rodear la península, que aplacó un tanto su pasión por el mar, por el agua, que el mitiga nadando todos los días, así recuerda su época en la que fue campeón de España de natación. Y el buceo y la música como una necesidad que le lleva a tocar la guitarra en un grupo de amigos, por mero placer y es que, manifiesta, es una necesidad. Como ir al cine porque, parafraseando a un premio Nóbel del que no recuerda el nombre afirma que “tenemos que saber nuestra fracción mínima de tiempo para cambiar de actividad, para descubrir nuestra capacidad”. Lo cierto es que su tiempo, le da para mucho.

Nos despedimos. Pasamos por una sala donde se apiñan los ordenadores y ante ellos hombres jóvenes, de la misma edad del “jefe”, falta alguna mujer, pero todo se andará.

Publicado en La Opinión en 12 de marzo de 2009

One Response to MANUEL CLAVEL, ARQUITECTO

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