LA INTENSA BELLEZA INESTABLE

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO. POETA
A la hora en que quedamos con él, el patio central del Campus de la Merced presenta un sereno bullicio. Estudiantes sentados en los bancos, leyendo o hablando, bajo la sombra de árboles centenarios que tanto conocen de una Universidad que ha visto pasar por ella la vida, las ilusiones y las esperanzas de muchas generaciones de alumnos que hallaron entre sus muros el conocimiento de la ciencia, del saber. Un Despacho pulcramente cuidado. Unos ventanales que dan a ese patio central y un olor a Universidad con solera. Y es en su despacho, de este Centro Universitario, donde robamos el tiempo al poeta y profesor, por este orden, Eloy Sánchez Rosillo: “Realmente sí, es por este orden. Para mí la enseñanza, es mi profesión, una forma de ganarme la vida, que procuro desarrollar con total dignidad. Pero mi vocación es escribir”.
Una vocación que se refleja claramente en el enunciado de la asignatura que imparte: “La poesía y los poetas”, donde trata de transmitir a sus alumnos su amor por esta disciplina, sus conocimientos, su sentirse poeta, por encima de cualquier otra cosa. Una decisión, la de ser escritor, que decide a los diecisiete años–una época muy intensa, muy febril para el en el escribir que le ocupaba casi todas las horas del día– pero que comienza mucho antes, con los primeros balbuceos adolescentes que le impulsan a la creación literaria de una manera tan natural como el hecho de respirar, seguramente impulsado por su afán de leer y leer y seguramente también porque, como nos dice, fue un niño que siempre tuvo problemas de garganta y se veía obligado a guardar cama con asiduidad y como por suerte, nos confiesa, entonces no había televisión ni esas cosas que ahora ocupan el tiempo de los jóvenes en detrimento de la lectura, el se convirtió en un voraz lector.
Pero antes de llegar a eso, recuerda su niñez como “dividida en dos partes”; antes de morir su padre y después de su muerte. Algo que se produce en plena juventud de su progenitor, cuando tiene cuarenta y siete años y el solamente siete: “Lógicamente trastorno mi infancia. Con su muerte, yo dejé de ser niño antes de tiempo. Es decir, yo tomé conciencia prematuramente del tiempo y de la muerte” Y nos dice que hay una parte anterior a ese momento que recuerda como algo extraordinario. Como un lugar donde la vida transcurría lenta y maravillosamente. Una infancia que se trunca cuando su padre sufre un infarto. Suceso trágico que, nos dice, le hace crecer de golpe.
La charla transcurre tranquilamente. Se le nota cómodo y lo agradecemos, porque no tenemos la sensación de que sea un hombre que vaya por la vida contando aquellas cosas que duele recordar. Incluso aquellas que es grato hacerlo porque intenta “escaparse”de hablarnos de su otra manera de hacer literatura: Ensayo; “La fuerza del destino”o traducción de una Antología poética de Giacomo Leopardi, entre otras cosas a las que no da importancia. Seguramente porque el solo se reconoce poeta. Un poeta que ha publicado siete libros, que su poesía completa ha sido editada ya en tres ocasiones, que su obra se encuentra en las antologías más representativas de la poesía actual y que ha sido traducido a diversos idiomas. Un poeta que con el libro, Maneras de estar solo, gana el Premio Adonais, en 1977: “Yo tenia 29 años y seguramente porque nunca me precipité en publicar tuve la oportunidad de hacer una buena selección para presentarlo al Adonais. Ese no tener prisa en publicar me permitió hacer desaparecer mi “prehistoria” como poeta porque lógicamente al principio de empezar a escribir poesía no sale nada que merezca la pena”.
Y nos reconoce que sí, que ese premio le cambió la vida porque para alguien que como el tenía una vocación firme, el conseguir un reconocimiento de esa importancia fue decisivo en su caminar como escritor: ”Un premio a esa edad te confirma como poeta ante los ojos de los demás y seguramente ante ti mismo porque el escritor, a no ser que sea un vanidoso idiota, tiene muchas dudas sobre lo que esta haciendo y ese premio me dio una cierta seguridad, sobre todo porque yo era un poeta que no enseñaba lo que escribía. Por eso cuando me dieron el premio y se publicó el libro, Maneras de estar solo, fue una especie de confirmación de que yo podía continuar escribiendo poesía”.
Si, poeta con mayúsculas que nunca tuvo tentaciones de acometer otro tipo de escritura, esa de “largo aliento” como el la define y que no admite una determinada influencia poética y sí muchas porque, como nos dice, el poeta se hace leyendo a muchos otros ya que la poesía es una larga cadena y conviene que este conozca todos los eslabones de la misma.: ”Yo he leído a todos los poetas y de todos algo me ha fascinado y espero haber aprendido de cada uno. Pero no me quedo con uno solo, porque estoy seguro de que a un escritor, a un artista, le influye todo lo que ocurre a su alrededor”. Y nos dice que a el no solamente le interesa la poesía, la literatura, que el es un aficionado a la vida, que da título a uno de sus libros. Y hablamos de su interés por la naturaleza, por la relación con las personas. Por los sueños que a lo largo de la existencia van quedando por cumplir: “Sí, los sueños siempre están por cumplir porque, siempre también, vivimos en la esperanza de continuar soñando, aunque estos no se realicen. Yo creo que la vida es un sueño dentro de otro sueño”.
Sí, sueños que, los que sienten como el, hacen realidad cuando escriben cosas como:
En el atardecer, después de la lluvia,
el sol acariciaba las piedras de la antigua ciudad
de una especial manera,
con un profundo y triste y natural amor.
Y al mirarnos supimos que éramos conscientes
de aquel minuto prodigioso,
de aquella intensa belleza inestable.