Hoy es Nochebuena, alguien pensará que hay que lanzar un mensaje de esperanza, pero es muy difícil tenerla cuando mas de tres millones de españoles han rebasado el límite de la pobreza extrema.
Esta funesta manía de indagar que tenemos los periodistas, que nos lleva a escrudiñar en los más insólitos informes, nos pone, a veces, al borde del ataque de nervios. Y en esas me encuentro desde que se me ocurriera, como hacia alusión en un anterior artículo, profundizar en los contenidos del XIII Encuentro tributario que se preocupaba de buscar soluciones ante la caída de la recaudación fiscal y el aumento del fraude.
Sí, el ser humano tiende a sentir fascinación por todo aquello que percibe como un misterio. Y la economía siempre me lo pareció porque esto, más que ninguna otra cosa, es al arte de lo posible y de lo imposible. Así es que, llevada por esa atracción ante lo desconocido que admito, entre otras muchas debilidades mías, me enfrasqué en la lectura de las conclusiones de este encuentro deteniéndome en aquello que habla de la lucha contra el fraude, porque debo admitir que llevo mucho tiempo un tanto mosca con eso de que los trabajadores con nómina paguen más impuestos que conocidos míos que se dedican a los negocios o que se engloban en eso llamado “profesionales liberales”, y que, me consta, ganan mucho más.
A Julio Ramsés Pérez Boga, Vicepresidente de la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda (IHE) lo estoy convirtiendo en mi escritor de cabecera, aunque no lo sea, pero tiene madera de ello porque consigue explicar muy bien algo tan aparentemente indescifrable como eso de los impuestos, utilizando un lenguaje sencillo y directo que todos podemos entender cuando dice lo de que “A este país lo están financiando los trabajadores. El sistema tributario está basado en las rentas de los trabajadores y no de los empresarios” ¿A que lo han entendido? yo también, y de ahí mi indignación porque es difícil asumir, como nos cuenta, que del total de la recaudación de todos los impuestos, entre el 80% y el 90 % procede de las rentas del trabajo y tan solo un 10% del impuesto sobre Sociedades.
Ya se, en algún otro artículo hice alusión a esto; parezco que estoy obsesionada con el tema, pero es que me hace pensar en el injusto camino en que está derivando esta sociedad. Según estos datos, con el dinero de los que han de cotizar obligatoriamente, se benefician aquellos que se escaquean de pagar sus impuestos porque cuentan con gabinetes asesores que conocen todas las triquiñuelas para defraudar y engañar a su país. Sí, con los impuestos de las víctimas de la crisis los hijos de los que engañan al fisco pueden ir a colegios subvencionados por el Estado, que pagan en parte esos ciudadanos que tienen hijos sin calefacción en las aulas, que no cuentan con el numero de profesores suficientes, ni con los libros necesarios para una adecuada formación porque, en este país, ya hay pobres que trabajan y cotizan.
Me obsesiona, sí, que los que evaden impuestos se aprovechen de los que los asalariados han de pagar para hacer posible que ellos, cuando se pongan enfermos, puedan ir a la sanidad privada, cada vez más protegida por la administración pública. Y en el colmo del disparate, me preocupa sí, que esos ciudadanos que pagan sus impuestos vean amordazados sus derechos para manifestar su hartura libremente.
Hoy es Nochebuena, alguien pensará que hay que lanzar un mensaje de esperanza, pero es muy difícil tenerla cuando mas de tres millones de españoles han rebasado el límite de la pobreza extrema, cuando miles de niños están sufriendo de malnutrición, cuando miles de familias no pueden calentarse por el obsceno aumento de las tarifas eléctricas—desde 2012 el precio se ha incrementado un 8%–, cuando a los ciudadanos se nos están hurtando derechos democráticos fundamentales.
Vale, hoy es Nochebuena, y muchos ofenden al Niño Dios todos los días del año.