UNA HISTORIA QUE NO TIENE FIN
El estudio lo tiene en esa Murcia de calles estrechas y rumor callejero. Cerca de la plaza de Santo Domingo, con el latido de Platería, con el rum rum de Trapería. Mobiliario blanco, austeridad total. Aquí se viene a trabajar.
Comenzamos a charlar y, casi de manera instintiva, pone delante de si un folio en blanco y uno de esos rotuladores que parecen utilizar solamente los arquitectos, aunque a lo largo de la charla el folio continuará en blanco; alguna raya más o menos, y el rotulador en descanso. Es feliz con su trabajo y se le nota y puede llegar a sorprender su concepto de la arquitectura, de la vida y de una niñez en la que resalta el respeto que siempre percibió en casa hacia los mayores algo que, nos dice, le ha marcado, favorablemente: “Los abuelos siempre han tenido una presencia importante en mi casa. Incluso unas tías-abuelas que no se casaron, y que para mi era como tener ocho abuelos. Mi madre trabajaba, es abogada, y yo recuerdo mi niñez con ellos”. Tan con ellos que incluso pensó que el tenia que ser médico como uno de ellos y del que lleva el mismo nombre. Así es que parecía predestinado hasta que vio un programa en la tele en el que se realizaba una operación muy agresiva y le desaparecieron las ganas. Al final, se encontró haciendo arquitectura y ahora no se imagina realizando otra cosa. Y nos dice con pasión que la arquitectura es algo muy importante. Que está ligada al crecimiento de un país. Que hay que hacer proyectos desde el compromiso con lo bien hecho: “Nosotros, por modestos que parezcan estos, tratamos de hacerlos de la manera más seria y profesional. Hacemos una arquitectura muy personal, con un componente de valor añadido basado en el diseño. Lo que más me preocupa es hacer cosas con responsabilidad”.