“Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo”. Un párrafo de la evocación de la creación del hombre si, pero también de la creación escultórica que Lola Fernández Arcas incluyó en su discurso como académica en la Real Academia de Bellas Artes de Santa María de la Arrixaca, gracias a la propuesta de dos grandes escultores murcianos; Antonio Campillo y José Carrilero, como no podía ser de otra manera, en una niña que cuando tenia cinco años, su madre puso en sus manos arcilla de las alfarerías de Lorca, para que comenzase a sentir las emociones de la creación artística, porque ella tuvo la fortuna de vivir una niñez marcada por una madre que adoraba el arte y un padre melómano. Unos progenitores que pusieron en marcha la primera galería de arte de Lorca, Thais, y que le inculcaron el amor por el mismo en un lugar que ama: “Me encanta Lorca, porque me parece un pueblo precioso”. Nos reconoce que era una niña obediente y sumisa y cuando nos habla de sus bondades surge la carcajada, porque ella ríe, ríe mucho y ríe bien, una risa que Marcial le invita a practicar.