Se dice que el caballo es uno de los animales más tontos que hay y como este joven acomodado y ocioso se ha pasado, se pasa, su vida montando en uno de esos animales, es lógico pensar que alguna sinergia se ha establecido.
Cuando el señor Martínez de Irujo, Don Cayetano, apareció en TV diciendo no se cuantas bobadas sobre la condición de vagos de los andaluces, sentí el impulso de escribir algo sobre el personaje, pero al momento decidí que yo no perdía mi tiempo en ocuparme de los desatinos de este sujeto, de sus infundíos, de su lenguaraz manera de expresarse. Pero mire por donde el señorito recula—los caballo, sus compañeros inseparables, lo hacen a menudo y algo se le habrá quedado—y rectifica sus tonterías diciendo que él quiere mucho a los andaluces, que estos son muy trabajadores, que no se refería a todos y no se cuantas naderías más. Es decir, es tan simple, que cuando hace sus estrambóticas declaraciones al programa de TV Salvados ni siquiera es consciente de las barbaridades que está diciendo y es, cuando se arma la marimorena, cuando comprende; suponiendo que sea capaz, que su comportamiento ha sido absolutamente estúpido e impresentable; incluso para un señorito perteneciente a una familia dueña de media Andalucía–no creo yo que sean los compañeros de sus elitistas colegios los que labran sus tierras–, que habla con el tono insoportable que lo haría un terrateniente del siglo XVIII, en una tierra que tanto sabe de eso.