EL HEREDERO DE UNA LEYENDA
De su padre, el gran arquitecto Emilio Pérez Piñero, desaparecido prematuramente, sacó el buen porte y la afición por los motores: su padre los Ferraris, él las míticas motos Harley Davidson de las que tiene dos que nos muestra con orgullo. Y, como no, también eligió estudiar la carrera que toda la familia esperaba que hiciese, arquitectura; seguramente porque era lo normal continuar la huella de un padre que murió cuando él tenia 14 años: “Yo nací cuando mi padre era estudiante, se casó muy joven, así es que estaba viajando continuamente a Madrid y como fue un auténtico boom como arquitecto, al terminar la carrera ya comenzó a despuntar con grandes proyectos como las cúpulas plegables”. Así es que, nos dice, gozó poco de su padre, pero si lo hizo de su abuelo. Un ingeniero militar republicano del que vemos una foto, y al que recuerda como un hombre entrañable, muy cariñoso, pero muy severo también, que nunca renunció a su manera de ver la vida: “Realmente mi madre fue a la vez padre y madre, y ciertamente tuve una niñez muy protegida hasta que nació mi hermana la segunda, cuando yo tenia seis años y ahí me liberé, porque después vinieron dos más”.
No, no tiene recuerdos de una niñez compartida con su padre, pero si tiene grabado a fuego el día en que este deja su vida en la carretera, en un coche Ferrari que conducía: “Recuerdo el día que murió mi padre. Yo estaba escuchando la canción Lady Madonna de The Beatles y el teniente de la Guardia Civil, que era amigo de mi padre, vino a nuestra casa a darnos la noticia de que había tenido un accidente de coche. Yo fui con dos tíos míos a Torreblanca, que es donde había tenido el accidente y asistí a todo el proceso del traslado aquí. Ciertamente son evocaciones terribles para un chaval de 14 años. Si, tengo un recuerdo duro de aquel día, brutal”.
La charla tiene lugar en su estudio, donde es fácil sacar la conclusión de que le gusta verse rodeado de las cosas que ama, como algunos autorretratos de su padre donde se reflejan que era un muy estimable pintor. Junto a los mismos, la mítica foto de Marilyn Monroe; esa en la que se le levanta la falda al pisar una reja del metro de Nueva York, y una colección de máquinas de fotos que nos hablan de la pasión de este arquitecto por la fotografía, sobre todo por el retrato. Pero no ese preparado, nos dice, a el le gusta el retrato imprevisto, el que no se espera.
Miramos alrededor. Muchos libros de arquitectura y otros que nos hablan de que es un hombre culto. Un hombre que pone en cuestión sus conocimientos, que se pregunta si hizo bien en hacer arquitectura o estaría mejor dedicándose a otras cosas, aunque nos reconoce que estas preguntas se las hizo después, ahora por ejemplo: “Pesa mucho lo de “tu tienes que ser como tu padre, tienes que ser igual de listo que tu padre”, y obviamente ni yo soy listo ni soy mi padre y esa exigencia pesa. Y claro, había que hacer arquitectura, pero es después cuando te preguntas si no hubieses sido más feliz haciendo algo diferente, aunque ciertamente tampoco me veo haciendo otra cosa”. Aunque lo intentara porque, a mitad de carrera, decidió trabajar con dos primos suyos ingenieros de caminos y tuvo dudas sobre si continuar con una cosa u otra. Quizás por esto se considera un arquitecto atípico y es que, nos dice, está a mitad de camino entre ingeniería y arquitectura. Algo que le vino bien para intervenir en la finalización de la Cúpula del Museo Dalí, de Figueras, que su padre no tuvo tiempo de terminar, que dejó inacabada.
Afrontamos distintos temas de la Región, entre ellos el momento de la arquitectura en la misma. Y surge de manera natural el yacimiento de San Esteban, las soluciones que seria necesario abordar, buscar. Un problema que preocupa a todos los que poseen un mínimo de sensibilidad porque es un patrimonio de todos. Así es que planteamos la no fácil solución al problema: “Lo que se haga ha de ser muy pensado. Lo que no se puede hacer es andar improvisando. Yo dije en un momento que las cúpulas de Emilio Pérez Piñero son ideales para esto. Hay un yacimiento muy parecido, aunque romano, en Tarragona y ya en su día se cubrieron con unas cúpulas de mi padre. Unas cúpulas muy funcionales que resolvieron, desde el punto de vista técnico, que el yacimiento no se estropeara por la lluvia y el viento. Y eso es lo que yo propuse porque si esas estructuras ya tienen experiencia en tratamientos de yacimientos arqueológicos en otros lugares yo me pregunto porqué no ponerlas en practica aquí”. Una pregunta que nosotros ya nos hacíamos en un articulo en este mismo diario al hablar de este tema porque no está mal que un pueblo honre a los mejoras de su tierra y aquí, entre esos mejores, se encuentra la figura de Pérez Piñero.
A lo largo de la charla suena de fondo música clásica, pero nos reconoce que aunque suele ponerla porque es la que menos le distrae en el trabajo, lo cierto es que la que realmente le apasiona es el rock de los 60. Como también es un voraz lector de novela y un apasionado del buceo que continua practicando siempre que puede.
Nos despedimos sin poder evitar sentir una cierta admiración por su no fingida humildad, por su empeño en no darse importancia. Si habla de su padre pone especial interés en resaltar, según él, la diferencia de inteligencia entre uno y otro y si nos empeñamos en realzar su intervención en la Cúpula del Museo Dalí nos cuenta que él formaba parte del equipo por la generosidad de su tío. Realmente nos ha ganado con esa forma tan suya de relativizar la importancia de las cosas que hace.
Publicado en La Opinión, de Murcia, el 1-9-2011
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