El Senado francés ha aprobado, casi por unanimidad; un solo voto en contra, una ley contra el uso del velo integral–Niqab y Burka– en el espacio público. Una medida que cuenta con el apoyo mayoritario de los ciudadanos franceses: un 82% ha votado en la última encuesta a favor y un 17% en contra. Seguramente porque ellos están libres de complejos en este aspecto ya que Francia se encuentra entre los países que más extranjeros ha acogido– que se lo digan a los miles y miles de españoles que viven en ella y que llegaron hace tanto tiempo por motivos políticos o económicos–a lo largo de su historia, y que cuenta con una población musulmana de más de cinco millones.
Es decir, actúan libres de prejuicios porque no tienen que hacerse perdonar nada sobre este tema y porque, por encima de todo, protegen una forma de vida que, a lo largo del tiempo, defendió su laicidad. Y esta defensa se refleja de manera absoluta en el parlamento de la ministra de Justicia francesa al afirmar en el Senado que: “El velo integral disuelve la identidad de una persona en la de una comunidad y expresa la voluntad de poner en marcha una visión comunitaria de la sociedad”. Y al leer este texto no he podido por menos de acordarme de lo ocurrido hace poco tiempo en Cartagena cuando un grupo de musulmanes, encabezados al parecer por un Imán, impedían el paso por su calle a unas prostitutas porque, según ellos, era escandaloso y va contra su religión. Hasta los dueños de tiendas aparecían en distintas televisiones quejándose del comportamiento de estos sujetos porque evitaban que determinadas personas entraran en sus tiendas. Es decir, ciertos individuos, a su libre albedrío, se permitían imponer su “visión comunitaria de la sociedad”.